El conflicto de las minas de coltán
por Cecilia Alfano
Según la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), un organismo especializado de la ONU, el mundo tiene la misma cantidad de celulares que de personas. En los últimos 15 años, esta cifra aumentó un 900%
¿Pero cuánto sabemos sobre los orígenes y consecuencias de su uso?
Para entender el impacto, tanto social como ambiental, del consumo masivo de celulares y de aparatos electrónicos en general, se debe recorrer su entero ciclo de vida, desde la extracción de la materia prima que requiere su fabricación hasta su uso y disposición final, producto de una cadena de producción altamente globalizada.
Todo comienza con la extracción de los metales necesarios para su elaboración, que son alrededor de 60, entre ellos el cobalto, el zinc, el cobre, el oro y el coltán. Este último, fusión de los minerales columbita y tantalita, posee características que lo hacen esencial para la creación de aparatos electrónicos: no se oxida, es un 80% mejor conductor de electricidad que el cobre y es capaz de almacenar mucha carga que libera lentamente.
El 80% de los yacimientos mundiales de coltán se encuentran en la República Democrática del Congo (RDC), un país rico en recursos naturales. Tan rico, que se estima que solo en recursos sin explotar hay 24 trillones de dólares, lo que equivale al PBI de EEUU y Europa juntos. Sin embargo, lejos de presentarle a este país un beneficio, el coltán está en la raíz de muchos de los conflictos que enfrenta la población congoleña, que entre 1996 y 2010 perdió a 5 millones de sus habitantes como consecuencia de la violencia ejercida por grupos rebeldes. Estas agrupaciones paramilitares se disputan el control del coltán, al que extraen por medio de trabajo esclavo e infantil y que venden con el fin de adquirir armas y continuar financiando la guerrilla. Aunque en 2002 se firmó un acuerdo de paz, los conflictos continúan, principalmente en el este del país, donde se encuentran decenas de milicias armadas que reciben apoyo de varios países vecinos entre los cuales se encuentra Ruanda, aliada de varios países occidentales –entre ellos EEUU- y principal exportador mundial de coltán, si bien en su territorio no se registran grandes reservas de este mineral.
En las minas de coltán, los trabajadores congoleños se ven forzados a utilizar técnicas arcaicas que dañan su salud, ponen en riesgo su vida y contaminan el medio ambiente. Las facciones rebeldes, por su parte, secuestran miles de mujeres y niños; a ellas las convierten en esclavas sexuales -la RDC en uno de los países con mayores tasas de violaciones en el mundo- y a los niños en soldados. La ONU dio aviso de esta situación en 2003, expresando que los metales “ensangrientan la región” y financian la guerrilla. Si bien el organismo internacional puso un embargo sobre la venta de armas, la medida no concluyó en mejoras de ningún tipo. Desde las principales empresas de telefonía móvil alegan que dado que la cadena de venta del coltán es extensa y se funde en países terceros, resulta “sumamente difícil” verificar si el origen de este mineral es lícito o no.
Caso similar se vivió en Sierra Leona alrededor de la extracción de diamantes, problemática retratada en el film Diamante De Sangre. A partir del año 2000 la comunidad internacional comenzó a imponer sanciones y en 2003 se aprobó el Sistema de Certificación del Proceso Kimberley, que certifica que los diamantes comercializados no provengan de zonas de conflicto.
Dado que el coltán se extrae a cielo abierto, miles de hectáreas de selva tropical centroafricana (considerada el segundo pulmón del mundo) han desaparecido para explotar este recurso. Según Greenpeace, estas 100 millones de hectáreas de selva africana albergan el 70% del agua dulce del continente y retienen el 8% del carbono almacenado en el planeta, por lo que su desaparición implicaría la liberación de 34.400 millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera.
Esta tala desmedida ha diezmado la población de nuestros primos más cercanos, los grandes simios: Gorilas de montaña, bonobos y Chimpancés. No solo por la destrucción de su hábitat natural, sino por la caza furtiva ejercida practicada por los grupos rebeldes y por la población que al verse forzada a abandonar sus prácticas agrícolas necesita alimentarse de la fauna salvaje. Hace 60 años un millón de chimpancés habitaban la selva africana, hoy solamente 200,000, si bien la mayoría de ellos habitan parques nacionales catalogados como Patrimonio de la Humanidad. A todo esto hay que sumarle las miles de personas que dependen de esta selva para su supervivencia, que también se ven afectados por su destrucción.
Luego de la etapa de extracción, viene la fase de la fabricación, que en los últimos años se ha trasladado principalmente a unidades de producción en Asia, que generalmente utiliza mano de obra barata, precarizada, y sin derecho a sindicalizarse. Se estima que la mitad de la producción mundial de celulares proviene de China.
Finalmente llega la fase de utilización, en la que entra en juego no solo la energía empleada por el móvil sino también por las antenas, los conmutadores y los sistemas de distribución conectados a la red móvil. Se calcula que los usuarios utilizan un mismo celular un promedio de entre 18 y 24 meses, si bien su vida útil podría extenderse mucho más. Algunos de estos llegan a los centros de reciclaje, otros, lamentablemente no.
Si bien el reciclaje de alta tecnología es complicado y requiere un proceso específico, resulta beneficioso desde todo punto de vista: Reduce la emisión de gases de efecto invernadero, la utilización energética y la dependencia de importaciones; así como también preserva los recursos naturales y la fauna que vive de ellos. Entre el 60 y el 80% de cualquier celular es reciclable; los metales pueden reutilizarse y el plástico (que representa el 50% de la materia prima del celular) puede quemarse para producir energía.
Sin embargo, la ONU estima que se producen 50 millones de toneladas de residuo electrónico por año. El documental Comprar, tirar, comprar (2011) – La Tragedia Electrónica, de la realizadora alemana Cosima Dannoritzer, denuncia cómo la mayor parte de los aparatos electrónicos que entran en desuso acaban en enormes basurales en países de tercer mundo como India, China, Ghana, Nigeria y Paquistán.
Aunque el panorama es desalentador, existen alternativas como Fairphone, una empresa que crea dispositivos “libres de violencia”, es decir, hechos con coltán certificado de minas legales y fabricado en centros donde sus trabajadores gozan de derechos fundamentales. Así y todo, nosotros como consumidores, debemos ser conscientes de lo que implica la creación del móvil que utilizamos a diario, y por ende, asegurarnos de que al menos cumpla el total de su vida útil y sea apropiadamente reciclado.