Dra. Jane Goodall: “No fue nada fácil”
Mientras trepa al regazo de su madre, el niño de dos años contempla la noche africana, negra como tinta china. “Mamá”, dice, “león grande afuera me come”. La Dra. Jane Goodall ríe encantada al recordarlo. Esas fueron, admite, unas tremendas primeras palabras.
Es fácil para Goodall, quien actualmente tiene 83 años de edad, viajar en su memoria hacia esa playa cubierta de piedras en el Parque Nacional Gombe Stream donde antaño vivió, trabajó, amó y crió a su hijo, Hugo. “Fue algo maravilloso”, le cuenta Godall a Stellar. “Hugo se crió en la naturaleza. Nunca usó ropa de ningún tipo y cada una de las tardes que compartíamos, descubríamos el mundo juntos.
“Pero tenía que ser cuidadosa y asegurarme que nunca estuviera afuera sólo y tenía una jaula grande en el porche donde lo dejaba a veces, ya que ha habido casos de chimpancés que se comieron niños”.
Claramente, la forma de criar a su hijo fue muy distinta a la de muchos de nosotros. Pero claro, Goodall siempre ha hecho todo de un modo diferente.
Cuando llegó por primera vez a Gombe en 1960, Goodall era una joven de 26 años, recién recibida de la escuela de secretariado en Bournemouth, Inglaterra, sin credenciales científicas o experiencia alguna en trabajo con animales. No obstante, allí se encontraba, adentrándose en una remota reserva tropical, carpa y binoculares en mano, lista para embarcarse en un estudio científico el cual para la mayoría de las personas sería un fracaso, y uno rápido.
Contra todo pronóstico, Goodall dedicaría los próximos 57 años (y siguen sumándose) estudiando los hábitos de una comunidad de chimpancés, logrando revolucionar nuestras antiguas creencias sobre los primates. Eventualmente fue reconocida a nivel mundial como la más respetada antropóloga, autora y doctora, obteniendo en 1965 su doctorado en etología en la Universidad de Cambridge.
Además se convirtió, para su desconcierto, en una mujer famosa; alguien a quién una persona como Ivanka Trump (también para su desconcierto) incluiría en un libro citando a mujeres inspiradoras.
Sin embargo, en 1960 era tan solo una jovencita en la naturaleza, convocada por el renombrado paleontólogo Dr. Louis Leakey, a quien había conocido en Nairobi cuando viajó a África con un amigo para ver con sus propios ojos el continente que conquistó su corazón a través de los libros de su niñez. “Leí Doctor Dolittle y empezaron a fascinarme los animales”, recuerda Goodall, “y leyendo las novelas de Tarzán me enamoré de África”.
El primer empleo de Goodall fue en el Museo Coryndon (hoy en día conocido como el Museo Nacional de Nairobi), y luego se unió a Leakey en una excursión a las llanuras de Serengeti en busca de fósiles enterrados. Impresionado por el incansable trabajo duro de Goodall bajo el calor africano, Leakey la seleccionó para llevar a cabo un estudio a largo plazo sobre los chimpancés en Gombe.
Debido a su falta de capacitación científica formal, Goodall era una candidata improbable. Sin embargo, Leakey tuvo la corazonada de que trabajando en la naturaleza, esto le resultaría útil en lugar de ser una desventaja. Goodall había llegado a África sin el sesgo de las teorías académicas tan fuertemente arraigadas sobre los chimpancés: que eran vegetarianos, y que eran incapaces de tener comportamientos, experimentar sentimientos o desarrollar habilidades similares a las de los humanos.
Con la ayuda de un chimpancé macho anciano, a quien llamó David Greybeard (Barbagris) logró demostrar lo equivocados que estaban, gracias a un descubrimiento que llegó a las pocas semanas de observar la comunidad. Como sucede siempre en los “momentos eureka”, lo puede recordar con claridad: se encontraba observando con sus binoculares a Greybeard quien tomó una rama, la dobló, le arrancó las hojas y la introdujo en un nido de termitas. Poco después la extrajo y se llevó un delicioso clan de termitas a la boca.
Greybeard había fabricado una cuchara y así cambió para siempre la forma en que el Homo sapiens ve al Pan troglodytes (chimpancé). Este fue el primero de muchos descubrimientos por parte de Goodall a medida que se sumergía más y más en la comunidad de chimpancés, a quienes llegaría a conocer y hasta darles nombres, mientras observaba su comportamiento. Además de Greybeard, estaban Flint, Flo, Freud, Passion y Goliath y muchos más.
Goodall observó y registró el cariño juguetón con el que se relacionaban, cómo se abrazaban y besaban, cómo le canturreaban a sus bebés, que guardaban rencores con quienes los habían ofendido y peleaban por ver quién era “el más banana” (juego de palabras intencional), y además cómo a veces se mataban entre ellos. En otras palabras, cuán humanos podían ser.
Las notas del trabajo de campo de Goodall fueron furor cuando, tras un año y medio de comenzados sus estudios, Leakey la envió de regreso a Inglaterra a estudiar para su doctorado, convencido de que para que sus hallazgos fueran tomados en serio, ella necesitaría el aval de las credenciales académicas correspondientes. No fue recibida con entusiasmo.
“No, no fue nada fácil”, dice Goodall. “No les gustó que mi trabajo pusiera en jaque su visión sobre los chimpancés, al decir que tenían sentimientos, y podían pensar. Y definitivamente les molestaba que les diera nombres”. La joven Goodall sufrió una de las peores acusaciones de la época en algunos sectores de la comunidad científica: el antropomorfismo, es decir asignarle a los animales características humanas.
No le dio importancia. Obtuvo su título y volvió a la selva para continuar su trabajo, con su pelo recogido en una cola de caballo (como lo sigue llevando) pendulando detrás de ella. Al recordarlo simplemente dice, “Tenía mucho trabajo que hacer”.
¿De dónde sale su confianza, la que la empujó hacia África siendo una jovencita a sumergirse entre algunos de los animales más peligrosos del planeta; para después sumergirse entre algunos de los académicos más conservadores del mundo? “Ah”, se ríe, “Vengo de una familia de gran fortaleza”.
Su padre, Mortimer, era un empresario e ingeniero y su madre, Margaret Myfanwe, (a quien le decían Vanne), era novelista. Después de divorciarse, Vanne crió a Jane y su hermana menor Judy, hoy de 79 años, con la ayuda de su abuela Danny. “Mi madre era la única que no se reía cuando yo decía ‘quiero trabajar con leones’, a los 10 años”. Ella me conseguía todos los libros que yo quería sobre animales.
“Su mensaje para mi hermana y para mi siempre fue ‘se puede’, jamás ‘no se puede’. Nos transmitió que si quieres algo con todas tus fuerzas, trabajas duro y aprovechas las oportunidades, es posible conseguirlo y recorrer el camino que quieras”.
Incluso el camino a África, donde con 26 años, Jane Goodall recorrió arduamente aquella playa cubierta de piedras, su madre estuvo a su lado. “A las autoridades locales no les gustaba la idea de una jovencita andando sola”, explica, “así que decidieron que necesitaba un acompañante y vino mi madre. Le encantó, realmente. Además realizó un gran trabajo por el cual realmente nunca se le dio crédito. Creó una clínica, la equipó con aspirinas y solución salina y trató gente con picaduras de arañas, cortes, y otras necesidades. Era muy querida”.
“Me ayudó a forjar relaciones con los locales, y tuvo que lidiar con todo tipo de situaciones. Había un cocinero que se emborrachaba con bananas fermentadas, y los babuinos aprovechaban para entrar…y ella lo soportaba bien. Pero fue duro. El calor la hizo sufrir mucho y casi muere de malaria porque el estúpido del doctor dijo que no estaba enferma…”
Eventualmente, Vanne volvió a casa, pero tener la compañía de su madre ayudó que esos esos primeros meses fueran más fáciles para Goodall, quien posteriormente compartió su vida en la reserva con sus maridos, primero el padre de Hugo, Baron Hugo van Lawick (se divorciaron en 1974) y luego Derek Bryceson. Este último murió de cáncer en 1980, lo cual fue devastador para Goodall.
Las lecciones que aprendió de las mujeres que la criaron fueron de gran ayuda. Goodall dice que su padre le enseñó a seguir adelante frente a la adversidad; de su abuela recuerda su cita favorita, es de la biblia y significa “no importa que tan mal estén las cosas, seguro puedas encontrar la fuerza para atravesar el día de hoy”. También alude a, dice Goodall, ¿cómo ocupar el día para mejorar las cosas para todos? La respuesta: “Hierro y bronce serán tus cerrojos, Y como tus días serán tus fuerzas.”
Hoy en día su agenda es ajustada. Goodall viaja alrededor del mundo hasta 300 días al año, difundiendo su mensaje de conservación y bondad. Es admirable la energía que tiene , para subirse a un avión hacia Australia, América, el Medio Oriente…donde sea que pueda promover el trabajo de su organización de conservación de chimpancés, el Instituto Jane Goodall y su filial Roots & Shoots, programa que busca potenciar a jóvenes apuntando a generar consciencia social y ambiental.
El 21 de septiembre, todas las divisiones de Roots & Shoots celebrarán el Día Internacional de la Paz de las Naciones Unidas donde, entre otras actividades, los miembros harán volar por los cielos a títeres gigantes de palomas de la paz hechas a mano, incluso a través de fronteras. Goodall explica que simbolizan la esperanza. “Es tan obvio que debemos trabajar juntos, naciones, razas, países y culturas”, dice Goodall. “Debemos recordar que en el fondo somos todos iguales. Cuando lloramos, tenemos las mismas lágrimas. Todos derramamos sangre. Y las cosas que compartimos, hasta nuestro ADN, nos hace formar parte de una enorme comunidad global.
En un festejo pasado del Día Internacional de la Paz, cuenta que dos jóvenes miembros de Roots & Shoots planificaron hacer volar sus palomas por sobre la frontera de Israel con Palestina, con sus alas tocándose en el cielo. “Imaginen eso”, reflexiona, “Qué mensaje tan poderoso”.
El mensaje principal que Goodall parece querer expresar se resume en una de sus frases: “Lo que tú haces marca una diferencia, lo que tienes que decidir es qué diferencia quieres marcar”.
Esta es la frase, dicho sea de paso, que Ivanka Trump utilizó (sin el conocimiento de Goodall) en su libro Women Who Work (mujeres que trabajan). Al preguntarle su opinión al respecto, Goodall responde riendo. “¡No te voy a contestar porque quizá lo incluyas en la publicación! Una vez alguien me dijo, ‘Deberías reunirte con Ivanka, quizá puedas convencerla respecto al cambio climático’. Yo respondí ‘¡No creo!”
En cualquier caso, si alguien puede modificar puntos de vista sobre el medio ambiente, seguramente sea Goodall, la misma persona que cambió la opinión de los humanos sobre los animales salvajes, y quien sigue volviendo a Gombe para aventurarse en las profundidades del bosque.
Allí se sienta inmóvil y en silencio, como supo hacerlo anteriormente, con la esperanza de ver a algún descendiente de Greybeard, o quizá de Flo o la cría de cualquiera de aquellos animales que le enseñaron esa lección que sigue difundiendo décadas después: que bajo la piel, no somos tan distintos.
Fuente: www.dailytelegraph.com.au/lifestyle/stellar/dr-jane-goodall-i-did-not-have-the-easiest-of-times/news-story/a3604747a004c9e753e83bcc51d8e338
Traducción: Andy Johnson