¿Cuál es el sentido de salvar especies en peligro de extinción?
Fuente: //www.bbc.com/earth/story/20150715-why-save-an-endangered-species
Traducción: Andy Johnson
Costará miles de millones de dólares salvar a todas las especies en peligro de extinción del mundo. ¿Cuál es el beneficio para nosotros?
En 1981, los gorilas de montaña estaban en su peor momento. Confinados a una pequeña cordillera en África central, con humanos invadiendo su hábitat y trayendo consigo la caza furtiva y la guerra civil, su población llegó a estimarse en tan sólo 254 individuos. Habrían entrado todos en un Boeing 747.
Hoy la situación está un poco mejor. Un relevo realizado en 2012 indicaba que su población ascendía a 880. Esta es una gran mejora, pero todavía nos alcanza con sólo dos Boeing 747 para que quepan todos los gorilas de montaña. Siguen estando en una situación crítica de peligro de extinción.
Escuchamos historias tristes como esta todo el tiempo, en todas partes del mundo. Ya sean tigres, pandas, cóndores de California o arrecifes de coral, gran parte de la vida salvaje del planeta está bajo amenaza. Al principio resulta triste, eventualmente tan sólo parece aburrirnos.
¿Vale la pena preocuparse de todo esto? Claro, va a ser triste que ya no haya simpáticos pandas en el planeta, pero tampoco dependemos de ellos. Además, seguramente sea más importante preocuparse de los humanos -quienes, debemos reconocerlo, tenemos nuestros propios problemas en que ocuparnos- que gastar millones de dólares en la preservación de animales. Entonces, en resumidas cuentas, ¿qué sentido tiene la conservación?
A primera vista, existen muchos motivos para no tomarnos la molestia de salvar las especies en peligro de extinción. La más evidente es el altísimo costo de hacerlo.
Un estudio realizado en 2012 estimó que el costo de conservar los animales terrestres en peligro de extinción se elevaría a unos 76.000 millones de dólares al año. Salvar a todas las especies marinas en peligro podría costar mucho más aún. ¿Por qué habríamos de gastar todo ese dinero en salvar animales salvajes cuando podríamos destinarlo a evitar la muerte de humanos por inanición o enfermedades?
Puede resultar difícil de entender por qué alguien querría preservar animales como los lobos, quienes representan una amenaza tanto para personas como para el ganado. Ciertamente estaríamos mejor sin la presencia de algunas especies.
En cualquier caso, todo el tiempo se extinguen especies, más allá de las individuales que van desapareciendo, ha habido cinco extinciones en masa que arrasaron con múltiples especies. La más reciente, hace 65 millones de años, aniquiló a los dinosaurios.
Si la extinción de especies es un proceso natural que tiene lugar incluso en ausencia de los humanos, ¿por qué deberíamos detenerla?
Una posible respuesta es que hoy en día las especies se extinguen mucho más velozmente que antes. Un estudio reciente estima que la tasa de extinción se multiplicó por cien durante el siglo pasado, y todo indica que la culpa es nuestra.
Más allá de eso, hay un motivo simple para salvar a las especies: porque queremos hacerlo.
Muchos de nosotros amamos el mundo silvestre. Pensamos que los animales son lindos, majestuosos, o simplemente fascinantes. Nos encanta caminar bajo los rayos de sol que se asoman entre las ramas de un viejo bosque, o bucear sobre un arrecife de coral. ¿Quién acaso no cree que los gorilas de montaña sean formidables?
La naturaleza es hermosa, y este valor estético es un motivo para conservarla, así como lo hacemos con obras maestras de arte como la Mona Lisa o Angkor Wat.
El principal inconveniente de este argumento es que condena a todos aquellos animales y plantas que no son tan apreciados por los humanos: los feos, lo que huelen mal, o simplemente son extraños. Si no nos resultan atractivos, quedan relegados.
Aún más, existe un factor de privilegio y lujo. Tiene mucho sentido para una persona adinerada en occidente querer preservar a los tigres porque se ven bien, pero no tanto para un campesino en la zona rural de India que los considera una amenaza.
Es por esto que el hecho de que algunos de nosotros considere hermosa a la naturaleza no alcanza. Es necesario un motivo más práctico para mantener a las especies con vida.
Frecuentemente escuchamos que debemos conservar ecosistemas como las selvas porque probablemente contienen elementos útiles, especialmente medicinas. La pregunta habitual es “¿qué pasa si se extingue una planta que contenía la cura para el cáncer?”
La práctica de explorar la naturaleza en busca de productos útiles para comercializar se llama bioprospección. Muchas veces nos lleva a conocer nuevos elementos útiles, aunque trae consigo una serie de inconvenientes.
En primer lugar el hecho de que contamos con muchos métodos para encontrar nuevos medicamentos sin tener que atravesar miles de kilómetros de selva peligrosa con la esperanza de encontrar una planta milagrosa.
Además está el problema de quién controla este conocimiento. A menudo, los nativos de la región ya conocen los usos medicinales de estas plantas, y se oponen a que los forasteros quieran apropiarse de ellas. Han existido múltiples conflictos legales al respecto.
¿Y qué sucede con aquellas especies que no producen algo útil como medicinas? Es poco probable que la sangre de los gorilas de montaña contenga la cura para el cáncer. Por lo tanto este argumento, si bien tiene cierta fuerza, no nos lleva muy lejos.
Un gran avance llegó en los años 90, cuando los biólogos empezaron a explicar todas las formas en que nos beneficia la simple presencia de las plantas y animales. Estos beneficios, que la mayoría de nosotros subestima, son llamados “servicios del ecosistema”.
Algunos de estos servicios resultan obvios. Por ejemplo, hay plantas y animales de los que nos alimentamos. A su vez, tanto el plancton fotosintético en el mar así como las plantas verdes nos brindan el oxígeno que respiramos.
Estos ejemplos son bastante directos, pero en algunos casos los servicios que nos brindan pueden ser más sutiles. Un claro ejemplo son los insectos polinizadores como las abejas.
Muchos de nuestros cultivos dependen de estos insectos para producir semillas y no sobrevivirían -ni hablar de brindarnos alimento- sin ellos. Es por este motivo que el declive en los insectos polinizadores es una gran preocupación.
Para comprender cuánto dependemos de estos servicios del ecosistema, imaginemos un mundo donde el humano es la única especie, quizá en una nave espacial lejos de la Tierra.
No existen plantas que liberen oxígeno, con lo cual hace falta fabricar un sistema que haga lo mismo. En este sentido será necesario contar con una planta procesadora de químicos en la nave. Esta misma planta también tendrá que crear agua.
Además no hay qué comer, así que habrá que crear alimentos artificialmente. Se podrían sintetizar químicos como azúcares y grasas aunque hacerlos apetitosos sería extremadamente difícil. Hasta el momento no logramos siquiera inventar una hamburguesa artificial que resulte convincente.
Sin mencionar a los microorganismos que viven dentro nuestro, muchos de los cuales son beneficiosos. El punto es que, si bien en teoría podríamos hacer todo esto de forma artificial, en realidad sería muy difícil. Es mucho más fácil dejarle a la naturaleza hacer esta tarea.
La dimensión de estos servicios del ecosistema, al sumarlos, da un resultado extraordinariamente grande.
En 1997, el ecologista Robert Costanza y sus colegas estimaron que la biósfera brinda servicios por un valor de aproximadamente 33 billones de dólares al año. En comparación, la economía global produce aproximadamente unos 18 billones al año en la actualidad.
Cinco años después, el equipo llevó este argumento un poco más allá al preguntarse cuánto ganaríamos conservando la biodiversidad. Concluyeron que los beneficios serían 100 veces mayores a los costos. En otras palabras, conservar la naturaleza es una inversión asombrosamente conveniente.
Por el contrario, dejar que las especies disminuyan y se extingan parece ser la jugada incorrecta. Un estudio realizado en 2010 concluyó que una extinción desenfrenada de especies podría generar para el año 2050 una pérdida equivalente al 18% de la producción total de la economía global.
Puede que toda esta información sobre economía y crecimiento resulte extraña. Es más bien fría y descorazonada, carente de todo el amor por el mundo natural que mencionábamos más arriba. Efectivamente, muchos ambientalistas piensan lo mismo.
El periodista ambiental George Monbiot ha sido especialmente crítico del tema.
Monbiot considera que todas estas valoraciones son poco confiables, lo cual permite a aquellos en el poder arreglar los números como más les convenga. Si alguien quiere construir un camino que atraviesa un hábitat importante, sencillamente va a exagerar los beneficios del camino y menospreciar los de la vida salvaje.
“Los bosques, bancos de peces, la biodiversidad, los ciclos hidrológicos pasan a pertenecer, de hecho, a los intereses -corporaciones, terratenientes, bancos- cuyo excesivo poder es su mayor amenaza”, escribió Monbiot en 2013.
Puede que esté en lo correcto en cuanto a que cualquiera de estos sistemas es propenso a sufrir abusos. El argumento contrario es que ante la ausencia de un sistema de este tipo, los abusos suceden de todas formas -motivo por el cual muchos grupos de conservación apoyan actualmente la idea de asignarle valor a los ecosistemas.
De hecho, uno de los aspectos positivos de la idea de los servicios del ecosistema es que es universal. Con lo cual los argumentos más débiles que mencionamos antes empiezan ahora ahora a tener más sentido.
Tomemos la idea de que la naturaleza es hermosa y la debemos preservar por su estética y belleza. El placer que sentimos ante lo maravilloso de la naturaleza, puede ser ahora considerado un servicio del ecosistema. La naturaleza nos brinda belleza.
Puede que se pregunten cómo ponerle un precio a esto. ¿Cómo podemos medir objetivamente la belleza?
Bueno, no es posible, pero eso no nos detiene a la hora de decidir cuánto vale. Lo hacemos todo el tiempo con pinturas, música y otros tipos de arte. Si valoramos algo y estamos dispuestos a pagar para tenerlo, entonces tiene valor.
Para hacer lo mismo con la naturaleza, necesitamos un sistema que nos permita pagar para experimentarla.
Un ejemplo sencillo es el de un safari que lleve turistas a observar a los gorilas de montaña. A esto lo llamamos ecoturismo.
La gente a cargo de este tipo de viajes turísticos tiene un claro incentivo para proteger a los animales. Los gorilas son su fuente de sustento, y este tipo de tours puede generar más ingresos que otros usos de la tierra como por ejemplo la agricultura.
Claramente esta idea tiene sus complicaciones. Los turistas traen consigo enfermedades de otras regiones, lo que puede ser una amenaza para los gorilas, aunque el uso de barbijos puede ayudar. También la presencia de demasiados turistas puede afectar las sociedades de gorilas.
Sin embargo, en un principio el ecoturismo ofrece una posibilidad para que la belleza de la naturaleza se pague por sí sola.
Esta forma de pensar cambia radicalmente nuestras ideas sobre conservación, según la bióloga conservacionista Georgina Mace, de la University College London en el Reino Unido.
En los años 60 nos decían que había que preservar la vida salvaje por su propio beneficio. Mace llama a esta línea de pensamiento “naturaleza por sí misma”.
Si avanzamos hasta la década del 2000 nos encontramos con que se hablaba de la “naturaleza para la gente”, gracias a la idea de los servicios del ecosistema. Incluso si no les convence el argumento moral de que “la vida salvaje y la naturaleza tienen un valor intrínseco incalculable”, hay muchas razones prácticas muy sólidas para protegerla. No hace falta que les interesen los gorilas de montaña para poder apreciar el valor de una fuerte industria del ecoturismo.
De todas formas, a primera vista, daría la sensación de que la idea de los servicios del ecosistema nos llevaría a una forma selectiva de abordar la conservación. “Conservemos aquellas cosas que a los turistas les gustaría ver y aquellas que sirven para polinizar nuestros cultivos, o que nos resulten útiles de alguna forma, el resto que sea lo que Dios quiera.
Pero hay otra forma de verlo.
Tomemos el ejemplos de los gorilas de montaña. Viven en una cordillera donde los árboles tienen un tupido follaje. Si queremos preservar a los gorilas, también debemos preservar el ecosistema donde viven.
Parte de esto es bastante obvio. Los gorilas necesitan plantas para alimentarse, con lo cual tenemos que asegurar que las tengan.
Por otro lado no podemos permitir que la región se cubra de malezas incomibles. Esto implica que tenemos que conservar también la mayoría de los otros animales, para que mantengan la comunidad de plantas.
Los gorilas de montaña son parte de una gran red de especies, y es difícil separarlos de ella. Eliminar una de estas especies quizá no provoque una gran diferencia, o puede que genere una reacción en cadena que altere a todo el ecosistema. Es difícil predecir el efecto de desaparecer una especie a menos que vayas y la desaparezcas -y entonces ya sería tarde para revertirlo.
Por lo tanto, si decidimos salvar a los gorilas de montaña, por extensión estamos eligiendo preservar el hábitat particular en el que viven y la mayoría de especies con quienes lo comparten.
En este punto, muchos se echan para atrás. Una cosa es pagar para salvar a los maravillosos gorilas de montaña, dicen, ¿pero ahora también tenemos que pagar para salvar unos árboles, arbustos e insectos? Quizá esos gorilas no sean tan buena inversión después de todo.
No obstante, existen buenas razones para conservar los bosques, no sólo porque es donde viven los gorilas de montaña.
Los bosques en las laderas brindan toda una serie de servicios útiles que no siempre sabemos apreciar. En especial, ayudan a garantizar un suministro regular de agua.
Todo el mundo sabe que el clima es cambiante. A veces llueve mucho, lo que implica inundaciones. En otros casos no llueve lo suficiente y se provocan sequías. Ambos extremos son peligrosos.
Los árboles en las montañas ayudan a regular esto, asegurando un suministro confiable de agua dulce. Esto es muy bueno para las poblaciones que viven en las tierras bajas.
Para que esto funcione realmente, el bosque necesita ser razonablemente estable. No sirve de nada si a veces se seca repentinamente justo cuando llega una lluvia realmente intensa. Tiene que ser resistente.
Los ecologistas han reunido evidencia que indica que los ecosistemas con un amplio rango de especies son más estables y resistentes, y menos propensos a secarse repentinamente. Esto nos lleva a una asombrosa conclusión. Puede que un pequeño gusano oculto no haga algo que sea notoriamente útil para los humanos, pero probablemente esté aportando al ecosistema donde vive, y este ecosistema brindará servicios.
Ya sea que lo pongamos en términos económicos o no, la ciencia nos indica que los ecosistemas nos brindan toda una serie de aportes sin los cuales no podemos vivir, y que mientras más diverso sea el ecosistema, mejor.
Así que por nuestro propio bien -tanto en cuestiones prácticas como alimento y agua, y necesidades menos tangibles como la belleza- los debemos proteger.
Por supuesto que los humanos también formamos parte del ecosistema, y no hay nadie que se esté queriendo deshacer de nosotros. Por lo tanto, muchos conservacionistas sostienen que no podemos preservar la naturaleza sin primero resolver cómo hacerlo para el beneficio de los humanos, ya que cualquier programa de conservación necesita de un apoyo popular.
Así mismo, no podemos cuidarnos a nosotros mismos sin preservar la naturaleza, porque la necesitamos por muchos motivos. Puede que en situaciones puntuales elijamos favorecer a uno sobre el otro, pero en general necesitamos ocuparnos de ambos.
Esta es una nueva forma de pensar en la conservación. No es “naturaleza por sí misma”, ya que explícitamente trata de ayudar a las personas. Tampoco es “naturaleza para la gente”, porque no se ocupa únicamente de los beneficios directos que nos ofrecen los ecosistemas.
Por el contrario, se trata de ver a la sociedad humana y a los ecosistemas naturales como un todo inseparable. Mace llama a esta perspectiva “naturaleza y gente”.
Esto no implica preservar todas y cada una de las especies, lo cual sería imposible aunque lo intentáramos. Tampoco trata de mantener todo exactamente igual, porque también sería imposible.
Aunque sí significa que debemos asegurarnos de que los ecosistemas sean tan ricos y diversos como sea posible. Esto va a ser bueno para ellos, así como para nosotros.
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