Nelson Mandela
“Lo más fácil es romper y destruir. Los héroes son los que firman la paz y la construyen”
18 de julio de 1918: nace quien lo dijera y quien lo realizara.
Fueron 95 años y una incansable lucha por ver realizados sus anhelos. Incluso, el saqueo de 27 años de su vida que transcurrió encarcelado por delitos que nunca llegaron a mancharlo, también fue lucha. Y, entonces, cuando un día, ya con 71 años, recuperó la libertad, estuvo seguro de que a esa edad, en la que la mayoría se iría a ensayar sus epílogos y moralejas al calor de los afectos y a la sombra de las contingencias, a él le faltaría todavía pelear algunas batallas. Junto a otro estadista, Frederik de Klerk, finalmente hirieron de muerte al monstruo que persiguió y enfrentó toda su vida: el apartheid, ese engendro de discriminación racial; aquella brutalidad injusta en sí misma que pretendía segregar e incluso abolir derechos de las mayorías étnicas originarias de esas tierras. Necia y peligrosa obsesión de minorías blancas que nubló los cielos de Sudáfrica por décadas. Entonces, en el año 1993, a Madiba (como le decían por amor y por respeto) se le otorga el premio Nobel de la Paz, que recibiría junto a decenas de reconocimientos y galardones. Al año siguiente, con la convicción lúcida, la valentía joven y 76 años de edad, se convirtió en presidente y el hombre que cambiaría la historia de su país. Luego, le quedaría algo de tiempo para contribuir en la lucha por los derechos humanos, la paz y la democracia a nivel mundial. En 2009 la ONU proclamó el día de su nacimiento como su propio día: el día de Nelson Mandela. Él fue un Padre que defendió a su pueblo. Su fuerza y su mensaje se derramaron por todo el planeta. Donde aún haya discriminación racial, opresión al débil o alguna forma de injusticia, el aquejado de cualquier color cantará su nombre.
foto: REUTERS/Mike Hutchings