La COVID-19 debería hacernos repensar nuestra relación destructiva con la naturaleza
Debemos trazar un nuevo camino a seguir.
Por JANE GOODALL
6 de ABRIL de 2020 – 5:45 AM
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De todas las cosas que aprendí durante mis años en la selva del Parque Nacional Gombe Stream en Tanzania, en donde realicé mi investigación sobre el comportamiento de los chimpancés, una de las más importantes fue conocer cómo toda la vida está interconectada. Cada especie tiene un rol que cumplir en la compleja red de la vida. Por ejemplo, la deforestación en la Cuenca del Congo, el Amazonas, o en los bosques tropicales de Asia puede no ser importante para las personas en Estados Unidos o Europa, pero la pérdida de estos bosques (y de otros ecosistemas) está alterando los patrones meteorológicos globales y afectando a las poblaciones en todas partes del mundo. Los humanos somos parte del mundo natural: nos relacionamos entre nosotros y con todos los otros animales que habitan el planeta. De igual manera, en muchas partes del mundo hay personas que tal vez no conozcan (o no les importe) un pequeño animal llamado pangolín u oso hormiguero escamoso. Sin embargo, eso cambia una vez que se enteran del rol que probablemente hayan tenido los pangolines en el surgimiento de la actual pandemia del nuevo coronavirus, COVID-19.
La proximidad con los animales salvajes, especialmente en los “mercados húmedos” que venden animales vivos, puede dar lugar a enfermedades causadas por virus que cruzan la barrera de las especies y saltan a los humanos. El brote de SARS se originó en un mercado de carne en China a partir de un gato civeta (un pequeño mamífero) y el MERS en el Medio Oriente a partir de un camello. La evidencia sugiere que la COVID-19 puede haberse originado en murciélagos, haberse transferido a pangolines, y luego haber infectado a humanos en un mercado de animales vivos en China. De las muchas nuevas enfermedades que han emergido desde 1960, los científicos estiman que más de la mitad fueron causadas por la transmisión de otras especies a los humanos. Uno pensaría que a esta altura ya habríamos aprendido lo fácil que era que volviera a suceder.
La demanda global de vida silvestre, la destrucción del mundo natural, y la propagación de enfermedades tienen ya un efecto catastrófico en el mundo tal como lo conocemos. Estamos en medio de la Sexta Gran Extinción, el equilibrio de la naturaleza se ha alterado, y el sufrimiento humano y de otros animales se ha incrementado. Es difícil entender de verdad la extensión del daño. Así como es cierto que tendemos a pensar el sufrimiento humano como en conjuntos de personas -refugiados, niños trabajadores, personas sin techo- en lugar de pensar en el sufrimiento de los individuos que componen dichos grupos, también es cierto que las personas rara vez piensan en el sufrimiento de los individuos cuando hablamos de especies silvestres amenazadas. Sin embargo, cada animal individual de una especie, así como cada humano, es importante.
Hoy nos encontramos de cierto modo ante el momento inédito de darnos cuenta de lo vulnerable que cada uno de nosotros es respecto de los problemas que pueden comenzar muy lejos, en otras especies y en otras partes del mundo. La COVID-19 es muchas cosas, pero es también una razón para hacernos cargo del enorme impacto que tiene el daño a la naturaleza en nosotros mismos como individuos.
La demanda global de vida silvestre, la destrucción del mundo natural, y la propagación de enfermedades ya tienen un efecto catastrófico en el mundo tal como lo conocemos.
Ahora estamos sintiendo el verdadero costo del tráfico de vida silvestre y la destrucción del mundo natural que nos lleva a un contacto más cercano con la vida silvestre. Mi propio trabajo me ha mostrado cómo miles de grandes simios son robados de la naturaleza cada año. Son cazados por su carne y por las partes de su cuerpo y las crías son capturadas vivas para ser vendidas afuera de manera ilegal como mascotas o para zoológicos, entretenimiento, o atracciones turísticas. Este mercado es una preocupación para cualquier amante de estas maravillosas criaturas, pero es también una amenaza para su propia existencia. Muchas otras especies también están en peligro, como los elefantes, los rinocerontes, los grandes felinos, las jirafas, los reptiles y más. Los pangolines son los animales más traficados en la tierra. Mientras lamentamos el efecto que este comercio tiene sobre los individuos que lo padecen, debemos también ver que esta demanda y tragedia a nivel global creó las circunstancias que probablemente hayan dado lugar a la actual pandemia. El riesgo que supone para los seres humanos es ciertamente otra razón para oponerse a este comportamiento.
Afortunadamente, poco después de la aparición de la COVID-19, se implementó en China una estricta prohibición del tráfico de fauna silvestre que incluía la importación, la venta y el consumo de animales silvestres. Otros países, como Vietnam, están siguiendo el ejemplo. Actualmente, estas medidas no prohíben el comercio para pieles, medicinas, o investigación, pero tengo la esperanza de que estos vacíos legales sean cerrados. Este es un comercio mundial, y cada país e individuo debe hacer su parte para crear una legislación que sea más integral y que proteja la vida silvestre, termine con el tráfico ilegal, prohíba el tráfico a través de las fronteras nacionales, y prohíba las ventas (especialmente las ventas online). Debemos luchar también contra la corrupción que permite que estas actividades continúen, incluso cuando están prohibidas o son ilegales. Además, los chimpancés y otros grandes simios, con quienes compartimos tanto de nuestra biología, también son susceptibles a la transmisión de enfermedades por parte de los humanos y han sufrido muchísimo de enfermedades respiratorias, como coronavirus, que han sido contagiadas por humanos. Debemos estar mucho más atentos de no manipular o estar cerca de la fauna silvestre para protegernos a nosotros mismos y a ellos.
Aun así, incluso mientras luchamos por un mundo sin tráfico ni consumo de vida silvestre, también debemos recordar que hay muchas personas que dependen de este comercio para obtener ingresos. Estos esfuerzos serán en vano si no apoyamos formas alternativas de trabajo. Nuestras sedes globales del Instituto Jane Goodall utilizan Tacare, nuestro método de conservación basado en la comunidad, que se centra en escuchar las necesidades de la gente. Apoyamos el desarrollo de medios de vida que sean sostenibles para el medio ambiente como, por ejemplo, la agrosilvicultura, la apicultura y la artesanía local. Brindamos a las personas las herramientas para crear planes de gestión de uso de la tierra en las aldeas que incluyen la protección de los bosques comunitarios y la creación de corredores biológicos. Además, apoyamos su capacidad de monitorear la salud de su medio ambiente con tecnología de punta. A través de este proceso, reconocen que la protección del medio ambiente protege su propio futuro, el de sus hijos y el de la vida silvestre. Este modelo para el empoderamiento local funciona ya en seis países en donde trabaja el IJG, y espero que pueda ser utilizado en muchos otros lugares del mundo. Las soluciones a las amenazas discutidas anteriormente están a nuestro alcance. Las leyes que creemos ahora para proteger la vida silvestre también protegerán a las comunidades humanas. La restauración y protección de los bosques a través de la legislación y el empoderamiento de las comunidades locales salvará las especies y evitará la transmisión de enfermedades. La creación de medios de vida alternativos y sostenibles creará comunidades humanas más resistentes y exitosas. Es de suma importancia que, en el tiempo que queda, pongamos todos nuestro granito de arena para sanar el daño que le hemos causado al mundo natural, del cual formamos parte. Dejemos de robar el futuro a nuestros hijos y a las otras especies con las que compartimos nuestro hogar.